Duraron seis años mis estudios, desde 1903 hasta 1909, cuando, por conflictos internos, el Obispo Junguito se vio en la necesidad de cerrar el Seminario.

Dichosamente para mi, ese mismo año el Presidente Don José Domingo de Obaldia creó el Instituto Nacional y como mi propósito de ser alguien por el estudio no había declinado, me presenté a competir por una beca en el nuevo plantel, ganando ésta en el concurso que se celebró. Este éxito me dio la oportunidad de ser uno de los primeros alumnos del prestigioso colegio y por ende, uno de los primeros profesionales graduados en el Aula Máxima del "Nido de Aguilas", lo que sucedió el 31 de enero de 1913.

Nunca olvidaré aquel acto solemnísimo, presenciado por un público extraordinario y prestigiado con la asistencia del Presidente de la República, Dr. Belisario Porras, a quien acompañaba su Gabinete. El mismo Jefe del Estado nos hizo entrega de los diplomas que acreditaban nuestro triunfo en las aulas del primer colegio nacional. La Banda Republicana amenizó la ceremonia y fue entonces cuando yo tuve el honor de ocupar por primera vez la tribuna del Instituto para leer un pequeño ensayo histórico.

De aquellos catorce triunfadores aguiluchos que se repartieron en el país a distribuir la ciencia que nos había inculcado el más brillante profesorado contratado en el extranjero, en la actualidad sólo sobrevivimos dos: mi primo Arcadio Castillero, en Santiago, Profesor jubilado de la Escuela Normal de esa ciudad, y yo. Ambos somos originarios de Ocú.

Estuve a punto de no hacer la carrera en el Instituto por la objeción que a última hora de mi admisión me opuso el oftalmólogo Dr. Pedro de Obarrio, quien aseguro que mis ojos no me pemitirían realizar los estudios. Tal informaci6n significaba el mayor de los fracasos para mi y rogué con lágrimas al Dr. Obarrio que omitiera ese desfavorable informe que constituiría mi mayor desgracia. "Soy muy pobre, le dije, y sólo mediante el estudio podré sobrevivir. Yo le aseguro que mis ojos no serán el estorbo que usted presagia para que pueda estudiar sin tropiezos". Conmovido con mi ruego, el generoso oftalmólogo suprimió esta anotación y yo logré sin tropiezos llevar a cabo mis estudios hasta el éxito final. Las incipientes cataratas que intuyó el galeno demoraron decenios para apoderarse de mi vista, dándome tiempo para, no sólo cumplir con mi trabajo docente, sino para que en los años transcurridos lograra con la vista triunfos satisfactonos.